Los múltiples y dispares comentarios que provocó la publicación, en diciembre de 1954, de la primera obra de la entonces jovencísima Françoise Sagan, coincidieron al menos en que la obra era un producto de su tiempo, un ajustado testimonio de un modo de entender la existencia que iba a marcar de modo decisivo, en las décadas posteriores, una parte de la conciencia de los países occidentales.